13.9.05

El tren

Veo la luz acercándose a lo lejos. El miedo que tengo es superior a cualquier otro, pero soy valiente y me quedo porque sé que tengo una buena razón. Porque te me fuiste, me dejaste sin remordimientos. Ese día en que levanté el auricular del teléfono y me encontré con tu voz, tu dulce y delicada voz; venías para mi casa, te despediste con un te amo y esas fueron tus últimas palabras. Tal vez eso cierra nuestro amor, lo completa, pero, ¿Porque te me fuiste entonces?
Yo empecé a ordenar, acomodar, decorar, lo que sea para que te sientas en tu casa. Me recuerdo como si fuese ayer acomodando los almohadones, estirando las sábanas, limpiando las copas donde luego el vino se oxidaría como testigo de tu amor tardío.
Y ahí sigue la copa de vino, pues no he tenido el valor de tocarlo; cada vez que lo intentaba veía tu cara blanca y tus ojos abiertos y expresión de miedo, muerta pero todavía suplicándome ayuda.
Empiezo a escuchar la campana, que alta y clara advierte la llegada de semejante máquina. Pero yo hago oídos sordos y sigo esperando, impaciente, el momento del impacto.
Tal vez fue mi culpa, no sé. Fue una inconciencia de mi parte dejarte ir sola hasta mi casa, en esa noche lluviosa y tan oscura por ausencia de la luna. Tanto tiempo esperé sentado junto a la ventana, tantas horas contemplé la acera esperando verte aparecer detrás de alguna ligustrina de esas que crecen en las veredas y que tan bien conozco pues tanto las he observado mientras te esperaba.
La luz se acerca cada vez más, pero va frenando como invitando a pensar en la decisión una última vez. Pero tanto la he pensado que ya no es refutable. La maldita bocina me destroza los oídos, pero no me importa, me quedo firme acostado sobre las frías vías de metal.
¿Porque tuviste que irte? No lo entiendo. De tantas personas que hay en el mundo, o incluso que caminaban por Corrientes en esa noche lluviosa, por qué justamente tú tenías que morirte. Los peritos alegan que ha sido un intento de robo, al que tú no accediste, y por eso el puñal en el abdomen... pero yo creo que hay algo más. No puede ser, no puedo concebir ni aceptar que en este mundo, alguien con un amor tan profundo y con tanta felicidad muera así tan fácil por voluntad de un desconocido.
Ya está tan cerca, aumenta el dolor de mis oídos así como mi miedo pero no me importa, ya no tengo razón para vivir si no estas a mi lado sonriéndome. El mundo se ve feo e imperfecto, y veo los defectos subrayados en cada rincón de Buenos Aires.
Tal vez si te hubiese escuchado cuando decías que querías irte de la ciudad nada hubiese pasado. Pero yo tan terco me enojaba, y claro, cómo podía yo concebir la idea de dejar mi amado Buenos Aires con sus calles llenas de basura, el mate en el quincho los sábados, y que no esté más esa esquina, ese bar, ese grito de gol los domingos por la tarde viendo a River. Son esas malditas costumbres que me aferraban a esta tierra, esta tierra que ya no siento mía y en la que estoy acostado ahora mientras la luz me encandila y mis oídos están a punto de estallar.
Y ya no veo la luna ni las estrellas ni nada, todo negro, todo tapado por esa máquina gigante que ya va llegando, ya me va mordiendo, pisándome, arrancándome lo único que me queda, mi cuerpo.

Julian Pani, 13.9.05

2 comentarios:

Anónimo dijo...

trágica la cosa... muyy bueno !!!mientras voy leyendo pasan por mi mente típicos escenarios porteños y siento ese tren que se me acerca y amenaza mi existencia,,,

Anónimo dijo...

Muy fuerte, intenso,pero sobre todo muy vivo. Espero pronto encontrar estos mismos tres adjetivos en un proximo texto donde pueda encontrar mas vida, mas esperanza y amor.Seria hermoso que nos hagas sentir tambien la vida, como nos haces interpretar tan bien la muerte con tus descripciones tan claras y profundas.