18.9.05

Lo que veo cuando me veo

Te miro y me pregunto cómo eres en realidad, te juzgo e interpreto, física e interiormente. Te pienso mientras te miro a los ojos, esos que miran los míos y me analizan al revés.
Mis conclusiones son inexactas, inciertas, porque al día siguiente te miro y mi juicio cambia, no sé que pensar de ti porque cada día te veo diferente. Y cuando te miro y me miras me pregunto si nuestros parecidos son coincidencia y si no lo son entonces porqué, me pregunto, porqué estás totalmente al revés.
Aunque no sé donde vives ni de donde vienes, admiro tu habilidad para cambiar según quien tengas enfrente, y no dejo de sorprenderme cada día cuando te miro y estás ahí del otro lado con un nuevo yo. Y me pregunto cuan sano es eso, cuan puro. Y de tanto preguntarme ya no sé cuales son suposiciones y cuáles son las cosas que refleja tu yo frente a los demás.
Estoy inseguro, no se si puedo confiar en ti porque no puedo conocerte a pleno, no puedo penetrar esa capa, ese depósito de personalidades que siempre tiene una nueva para mostrar. No estoy seguro tampoco de que, de tanto cambio, sepas cuál es tu verdadera máscara o si realmente tienes una, porque yo solo veo una flexible que se adapta y modela según la situación. Esperaba que frente a mí, al mirarnos a los ojos y teniendo en cuenta todas nuestras cualidades en común, pudieras por fin mostrar tu verdadera cara. Sin embargo mientras pienso y escribo estas líneas tu cara está en blanco, sin forma, esperando ser modelada. Ni siquiera conmigo te es posible sincerarte y eso me pone triste, por algún extraño azar mis sentimientos están conectados con la proyección de tu yo de cada día.
Eres como una de esas personas que uno sabe que conoce pero no recuerda de donde, que me recuerda a mi mismo y con quien vivo en un odio – amor permanente.
Pero ya no le veo sentido a seguir hablándote, porque eres tan igual a mí que puedo conversar conmigo mismo y no depender más de este maldito espejo.

15.9.05

Tango Tristón

Se escucha un tango de fondo, la tristeza que encierra me llega bien profundo, el bandoneón furioso me llena el pecho de un sentimiento sin nombre. Y vos ahí con tu loca felicidad, pensaste que era eterna y que las tragedias le pasaban a los demás, que la vida de mierda la vivían los vecinos y vos porque ponías voluntad siempre te iba a ir bien. Siempre supe que odiabas los tangos porque deprimen, pero la tristeza y la soledad encierran cierta belleza, aunque sea falsa y superficial. Te faltaba un poco de calle, supongo. Aunque de tantas suposiciones ya no distingo lo que pasó realmente, los recuerdos de los tiempos en tu compañía son borrosos e indecisos. Ahora el tango suena mas fuerte, una pareja se levanta y empieza a bailar, y muchas otras la siguen. De todas las razas y edades, costumbres e ideologías, todos unidos en un mismo ritmo sufrido y lento. Siempre tuviste todo, tus viejos eran tan cerrados como vos y claro, ¡con esa plata quien no! Pero por eso vivían así, siempre preocupados de lo que pasaba en el país: que si subía Perón, que la economía, que si había muchos secuestros, nunca estaban tranquilos.
Los pies se mueven y retumba el piso, las copas saltan en sus lugares y las sillas se desparraman por el lugar. Y se creían importantes, tu viejo siempre se creyó que porque tenia apellido nadie los iba a tocar, se quedo en el tiempo... no se dio cuenta de que ya no importan los apellidos ni los nombres ni las buenas obras: que si tenés plata sos un político corrupto y si la donas a una institución seguro que la conseguiste en algún curro y te la querés sacar de encima; si te alcanza y vivís bien sos un vividor, y si no tenés para comer sos un pobre de mierda; si sos actor te drogas y si estas bien conservado te hiciste cirugía, las sillas se caen y las copas explotan en el piso, todos se levantan para sumarse al baile que es como un mar que esta todo el tiempo agitado y descontrolado y nunca tiene una quietud verdadera. Y ustedes indiferentes a todo y por eso los mandaron a matar, no lo podía creer cuando vi el choque por Crónica, pero ahora no me parece raro e incluso creo que algo así era de esperar. Y mira como es la vida, tu viejo que es el único culpable es el único que quedo vivo, no se que sentirá pero la música toma mas poder, no sale de ningún lado especifico sino que esta en todos lados y llena cada rincón del bar, el violín destroza los tímpanos y el bandoneón retumba en el pecho, y yo me entrego a la música, la dejo que pase a través de mi y tu imagen se mezcla con la del bar y todo es paralelo y relativo, pero no te tengo y ya no me importa nada mas.

Julian Pani
23/07/05

13.9.05

El tren

Veo la luz acercándose a lo lejos. El miedo que tengo es superior a cualquier otro, pero soy valiente y me quedo porque sé que tengo una buena razón. Porque te me fuiste, me dejaste sin remordimientos. Ese día en que levanté el auricular del teléfono y me encontré con tu voz, tu dulce y delicada voz; venías para mi casa, te despediste con un te amo y esas fueron tus últimas palabras. Tal vez eso cierra nuestro amor, lo completa, pero, ¿Porque te me fuiste entonces?
Yo empecé a ordenar, acomodar, decorar, lo que sea para que te sientas en tu casa. Me recuerdo como si fuese ayer acomodando los almohadones, estirando las sábanas, limpiando las copas donde luego el vino se oxidaría como testigo de tu amor tardío.
Y ahí sigue la copa de vino, pues no he tenido el valor de tocarlo; cada vez que lo intentaba veía tu cara blanca y tus ojos abiertos y expresión de miedo, muerta pero todavía suplicándome ayuda.
Empiezo a escuchar la campana, que alta y clara advierte la llegada de semejante máquina. Pero yo hago oídos sordos y sigo esperando, impaciente, el momento del impacto.
Tal vez fue mi culpa, no sé. Fue una inconciencia de mi parte dejarte ir sola hasta mi casa, en esa noche lluviosa y tan oscura por ausencia de la luna. Tanto tiempo esperé sentado junto a la ventana, tantas horas contemplé la acera esperando verte aparecer detrás de alguna ligustrina de esas que crecen en las veredas y que tan bien conozco pues tanto las he observado mientras te esperaba.
La luz se acerca cada vez más, pero va frenando como invitando a pensar en la decisión una última vez. Pero tanto la he pensado que ya no es refutable. La maldita bocina me destroza los oídos, pero no me importa, me quedo firme acostado sobre las frías vías de metal.
¿Porque tuviste que irte? No lo entiendo. De tantas personas que hay en el mundo, o incluso que caminaban por Corrientes en esa noche lluviosa, por qué justamente tú tenías que morirte. Los peritos alegan que ha sido un intento de robo, al que tú no accediste, y por eso el puñal en el abdomen... pero yo creo que hay algo más. No puede ser, no puedo concebir ni aceptar que en este mundo, alguien con un amor tan profundo y con tanta felicidad muera así tan fácil por voluntad de un desconocido.
Ya está tan cerca, aumenta el dolor de mis oídos así como mi miedo pero no me importa, ya no tengo razón para vivir si no estas a mi lado sonriéndome. El mundo se ve feo e imperfecto, y veo los defectos subrayados en cada rincón de Buenos Aires.
Tal vez si te hubiese escuchado cuando decías que querías irte de la ciudad nada hubiese pasado. Pero yo tan terco me enojaba, y claro, cómo podía yo concebir la idea de dejar mi amado Buenos Aires con sus calles llenas de basura, el mate en el quincho los sábados, y que no esté más esa esquina, ese bar, ese grito de gol los domingos por la tarde viendo a River. Son esas malditas costumbres que me aferraban a esta tierra, esta tierra que ya no siento mía y en la que estoy acostado ahora mientras la luz me encandila y mis oídos están a punto de estallar.
Y ya no veo la luna ni las estrellas ni nada, todo negro, todo tapado por esa máquina gigante que ya va llegando, ya me va mordiendo, pisándome, arrancándome lo único que me queda, mi cuerpo.

Julian Pani, 13.9.05

12.9.05

Restaurante

Después de los retrasos y las apuradas, llegan justo a tiempo para la reserva. El restaurante está a reventar. El padre se sonríe en voz baja por haber reservado lugar y mira con regocijo a la gente que hace cola afuera y se cubre con los paraguas, y la pelea por entrar se agrava cada vez más.
‘Este mundo esta loco, estamos en pleno invierno y no llueve’- piensa Eduardo mientras un mozo de gran estatura y expresión brava, con músculos bien marcados, pide educadamente y con gestos afeminados que le muestren la reserva. El mozo la lee un momento y luego les dice con una sonrisa compradora que lo sigan hacia la mesa.
Una vez en la mesa, Eduardo observa cada detalle del restaurante y lo juzga por primera vez. Lo que mas le gusta es la idea de la madera sobre la mesa para no ensuciar el mantel. Piensa que lo va a hacer en casa, cuando otro mozo similar al anterior les trae el menú. Luego de dudas e indecisiones todos terminan eligiendo sus cosas.
Al cabo de unos momentos vuelve el mozo con las bebidas. Los chicos reciben su coca cola (la de Analía es normal porque está a dieta) y los padres se relamen con su vino importado, reserva Septiembre de 1987. Eduardo termina el vino en dos minutos y mira impaciente hacia la barra. Llama al mozo tres veces para preguntarle qué pasa con la comida, pero se cruza de brazos al obtener siempre una respuesta del mozo que implora calma.
La familia se entretiene mirando como afuera la gente reclama tener hambre, grita y se pelea; vuelan sillas, botellas y todo tipo de objetos, salta sangre y mancha los cristales del restaurante produciendo una sensación rojiza como de prostíbulo. Las personas muerden y patalean por entrar, pero la resistencia del personal está preparada. Al cabo de unos minutos los miembros de la familia van perdiendo el interés por los disturbios de afuera. Justo cuando Eduardo está por llamar al mozo por cuarta vez llega la comida. Sale un humo tranquilo y de olor delicioso desde la sopapa donde descansan sus langostinos en sopa. El mozo apoya delicadamente el plato frente a sus respectivos futuros devorantes y se retira. Uno de los langostinos de Eduardo salta de la sopapa y vuela por el aire, pero éste como buen abogado lo atrapa en el aire con habilidad y murmura: ‘Pago cincuenta pesos por cabeza y ni siquiera anestesian a los langostinos’. Su mujer asiente con la cabeza y mira el techo.
Al final de la comida vuelve otro mozo con la cuenta, pagan y salen. Ahora afuera se ha calmado el disturbio, pero en el ambiente queda un fuerte aroma a goma quemada. Los paraguas ruedan por el piso y pasean entre los muertos y heridos, produciendo un ruido mecánico.
Se cierra el telón.
Ya fuera de escena, Eduardo comenta: ‘Nunca lograré entender lo entretenido de la trama. La gente tiene que aprender que la vida real es dura, no sé para que la obra se esfuerza para hacer del mundo un lugar bello’.

Julian Pani, 12/09/05

11.9.05

Señor Osborn

El señor Osborn entra a su casa, cuelga el saco en el perchero de roble al lado de la puerta, apoya el maletín sobre la mesa del living y se dirige por el pasillo a la cocina. Un hedor fétido y putrefacto llena el ambiente, pero el señor Osborn entra con paso firme como si no lo notara. El epicentro del olor reside claramente en mitad de la cocina, emana de los restos de comida en descomposición y sobre todo del cuerpo sin vida que frío y blanco cuelga inerte sobre la silla al lado de la mesa.
El señor Osborn pone agua a calentar, saca una taza y un frasco de contenido oscuro y empieza a preparar el acostumbrado café de la tarde. La cocina esta poco iluminada ahora que se acerca el crepúsculo, pero todavía unos rayos de luz se filtran por la ventana y llegan arrastrándose hasta la mesa.
El dueño de casa, café en mano, se dispone a sentarse en la parte occidental de la mesa, no cambiando su expresión al situarse tan cerca del cuerpo oloroso y sin vida de su mujer. Toma pequeños sorbos de su taza, mientras piensa y reflexiona el por que de su fracaso matrimonial... se queda con expresión perdida por mucho tiempo. De repente se sobresalta y mira el reloj con cara de preocupado; se levanta, agarra el saco y el maletín y sale de la casa. Al cabo de unos momentos vuelve a entrar enojado consigo mismo, pensando que este acto reciente demostraba su culpabilidad en el fracaso de la relación: Le da un beso a su mujer, dice en voz alta y clara “Vuelvo al trabajo” y vuelve a salir, un poco mas esperanzado.

Julian Pani, 11.09.05

5.9.05

Mi Buenos Aires querido

Sueño intranquilo, sábanas que me inmovilizan y atrapan, torbellinos de tela blanca manchada con el sudor de la noche, de esos sueños intranquilos en que yo soy el protagonista y juego el papel de todos.
Lloro y pataleo y de que me sirve si no salgo de este pozo porque estoy solo y las sábanas son muchas, y no soy solo yo, pobre gente que la están ahogando como a mi en sus casas. Que buena metáfora son las sabanas en la noche en que descansa el día pero no duerme nadie, todos en sus casas deprimidos excepto esos de arriba que se sonríen y tan bien suenan comparados con sábanas en un simple texto.
Mas tela blanca, maldita relatividad que no me deja estar seguro y ahí donde van mis ojos me da ese miedo, ese tacto visual, ese escalofrió mental de que todo es demasiado abstracto (y, ¿no será que lo concreto se lo llevan los de arriba?). Tan abstracto hasta el punto en que qué hago yo escribiendo esto si las sabanas no son blancas ni son sábanas pero si parecen limpias, y si te ahogan, cada vez más y después dicen que fue un suicidio porque te ahogas en tus propias penas y que mas queda cuando ya se te enredaron en el cuello.
Y pienso entre las sábanas, tanta nostalgia nos da este suicidio, como escribe Alfredo Le Pera “Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver no habrá más pena ni olvido”. Que orgulloso la cantaba Gardel y claro, es muy lindo el recuerdo de las palomas en la plaza de mayo caminando entre la gente como panchas por la vida, pero las abuelas, el cacerolazo y los gritos, corridas, hambre, todo olvidado y hermosamente tapado (y hasta decorado) por las palomas.
Las promesas de este amor nostálgico se rompen, pobre farolito de la esquina en que nací que ya hace mucho que no da luz.
Y si, mi Buenos Aires querido, “bajo tu amparo no hay desengaños”… nadie cae en la cuenta hasta que ya esta ahogado y “oigo la queja de un bandoneón” que furioso reclama tristeza y miseria para que su música suene hermosa.
Granero del mundo… si, el que planta mierda, cosecha mierda y tanta exportación que se esparce por todo el mundo y deja esa imagen tan especial de nuestro Buenos Aires querido.
Y las sabanas no me sueltan, me rindo mientras pienso que soy uno mas que demasiado tarde se dio cuenta y se resigna. "El pueblo unido jamas sera vencido" pero son tantas las sabanas manchadas con sangre que nos separan, que exceptuando algunos que todavia intentan liberarse, la mayoria simplemente se acomoda y convive con ellas, aunque siempre consiente de que cada vez nos quitan mas oxígeno.