Los recuerdos de mi infancia me vuelven esta noche, cómo no acordarme ahora que me animé a venir, del niño que fui alguna vez: sentado en esta roca que acaso será la misma, que ha sido mil veces deshecha para volver a ser la misma roca al igual que yo vuelvo a este lugar y en cierta forma también vulevo a ser el niño de entonces, y como el mar, la misma ola que veo formarse allá lejos y ya sé que va a ser grande, que me va a mojar completamente; la sensación rebelde de ser un héroe, un rey, aunque en el fondo también tener miedo y culpa, porque la vieja siempre se hacía mala sangre esperando en casa. Siento el aire puro entrando a mis pulmones, el aire del mar y la costa, el olor a sal y algas y el calor sofocante, pienso que fui un tonto al no volver para acá por tanto tiempo pues tanta falta me hacía este aire. Me saco la camisa, apoyo la espalda desnuda en la roca húmeda, unas cuantas gotas me caen en el pecho y me llevan de vuelta a los doce años, a jugar con Toto y el Gordo a ver cuál era la ola más poderosa, a quién encontraba el cangrejo más grande entre las piedras, a ver quién tenía mejores técnicas en el arte sagrado de preparar bolas de arena, a caminar descalzos por las rocas sin tocar la arena y después los pies todos cortados pero nada importaba demasiado en ese entonces, era tan fácil inventar el remedio de las algas para curar los cortes, hacer un pacto de sangre, jurar que nunca nos íbamos a separar y menos por chicas, declarando el hueco entre unas piedras como nuestro cuartel, sintiéndonos dueños del mundo entero que se reducía tan fácil a nuestro alcance, cedía ante el increíble poder de la imaginacón, y que al fin y al cabo no era más que el hueco entre dos piedras.Cómo extraño eso ahora que volví, el sentir que las riendas las manejaba yo, y ya que estamos cabalgar por la playa e impresionar a María con un galope furioso por la orilla, justo lo que no quiero esta noche es acordarme de ella pero todos los recuerdos me llevan a eso, como la vergüenza de caerse a medio galope y lastimarse el codo, pero no era nada porque enseguida llegaba María para ver como estaba y ayudar a levantarme, y quedaba olvidado todo dolor cuando sus manos mágicas tocaban mi piel, cuando estaba tan cerca con sus ojos miel que me fascinaban, llegaba el primer beso tan ansiado, y mientras me arremango el pantalón y mis pies se sumergen en el agua me acuerdo que esa noche nos metimos al mar, a pesar de que sabíamos lo peligroso que era meterse de noche nos metimos; un poco porque hacía calor, otro poco porque era como nuestro hogar pero sobre todo porque era peligroso, porque esa noche éramos más que en ninguna otra los reyes del universo, de nuestro propio universo, el de descubrimiento, de deseo, de agua adolescente limpiándonos los cuerpos llenos de arena y de sal adhiriéndose a la piel.Me decido a meterme, después de tanto tiempo, e intentar así superar definitivamente lo de esa noche, me desnudo completamente porque así me siento más puro, me acerco un poco a la pureza de ser niño, de ser inocente y estar poco corrompido, como una roca joven que todavía no ha sido tan gastada por el mar social, por las leyes que solucionan los problemas que ellas mismas crean, pero esa noche en el mar no había leyes: era sólo animarse a entrar. La mano de María suavemente apretada contra la mía, su cuerpo mestizo mojándose bajo la malla turquesa, la sonrisa de felicidad en su cara, la luna especialmente grande y brillante, el mar aparentemente tranquilo, todo se daba a la perfección, todo encajaba limpiamente en su lugar para que yo sintiera que nada era imposible si me lo proponía, que podía con todo, incluso con el inmenso mar que se agitaba hasta la cintura, y María debía sentir algo parecido porque se aferraba fuertemente de mi mano y me seguía feliz mientras el agua nos iba llegando al pecho.El recuerdo es tan doloroso, tan vivo, un escalofrío me atraviesa el cuerpo al estar caminando hacia adentro y acordándome de aquella noche, de María que no sabía nadar tan bien y el mar empezaba a tirar para adentro, de cómo la perfección de la noche se transformaba en un braceo desesperado, y mientras siento el agua acariciando mi cuello veo el cuerpo de María todavía hundiéndose en el agua, retrocedo hasta ese momento como si toda mi vida de esa noche en adelante hubiese sido totalmente vana, me doy cuenta que tengo que terminar con la eterna angustia, dejar que el mar se lleve la carga, y con lágrimas saladas corriendo por mis mejillas sigo internándome en las aguas.
Julian Pani, 30/03/06.
30.3.06
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