Mi vida fue, en resumen, bastante sencilla. Me permitiré obviar los detalles de mi nacimiento y mi niñez, y mencionar cosas tan irrelevantes como el nombre de mis padres o en que institución terminé la secundaria.
Es importante destacar que soy escritor desde joven. Aunque he publicado varios libros fuera del marco del diario, no he llegado a ser famoso, o tan famoso como para moverme en el círculo de gente en el que nunca quise estar, pero que tal vez me hubiese obligado a no escribir esto o, más todavía, a sacarme mi obsesión de la muerte.
La obsesión de la muerte; creo recordar que incluso mi primer cuento, en la adolescencia, terminó con la muerte. Era inevitable, la muerte se posaba en el final como una paloma en el alféizar, en algún lugar bien adentro yo sabía que mis textos iban a terminar con la muerte, era cuestión de escribir las razones, los factores, la forma, pero inconscientemente la sentencia ya estaba dictada.
Con el tiempo me fui dando cuenta que era algo serio, que no podía terminar un texto sin la muerte. Ya alrededor de mis dieciocho años había empezado a dudar, a especular sobre las posibilidades de un vínculo especial, pero el constante contacto con la sociedad me había alejado de esos pensamientos. Me daba cuenta especialmente cuando fallecía algún ser querido; me daba cuenta, por ejemplo, al sentirme fuera de la escena, como si alguien estuviese viviendo en mi lugar y yo estuviera mirándome vivir, haciendo automáticamente acciones esperables para la situación como llorar o caminar o apoyar la cabeza en algún hombro, como si alguien desde mi interior se relacionara con la gente y el lugar mientras yo permanecía afuera, observándome. Éste sentimiento de que la vida me vivía a mi en vez de viceversa era muy común, y no me hubiese llamado la atención si no fuera por el gusto dulce que me quedaba en los labios cuando volvía a ser yo, y que se endulzaba más a medida que la tierra iba tapando el cajón. La sensación de que eso era una invitación hacia algo, una escalera hacia la profundidad del misterio, crecía hasta convertirse en un modelo de vida, en un insomnio de meses, en semanas de lectura vana, en días de pérdida total de la noción de tiempo y lugar. A veces me encontraba a mi mismo devorando desesperado alguna sobra, y entonces me daba cuenta que hacía cuatro días que no comía, o me despertaba en mitad de la calle después de haber caminado todo el día.
Aunque trate de engañarme diciéndome que escribo esto para su futura publicación (seguramente como cuento, pues está lejos de parecerse a una autobiografía), sé muy bien que es para ti, al igual que lo sabrás tu si es que algún día lo lees, si algún día te acuerdas de aquel escritor con el que solías acostarte y al que le enseñabas a vivir. Fuiste una maestra excelente, tu único error fue darme un ejemplo demasiado vivo y cercano de lo que era el desamor, y aunque probablemente estés casada y tengas hijos, tal vez aún así algún día preparando la comida o alisando las sábanas te acuerdes de mí, te enteres de mi muerte y busques el libro que sabrás que estará escrito para que lo leas.
Más que una despedida diría que es una explicación, para que cuando leas esto sepas por qué tiene que terminar así, y aunque sé que no lo comprenderás ya que nunca entendiste mis explicaciones sobre el orden de las cosas o la contigüidad, aún así me siento obligado a que decirte que tiene que ser así, que mi autobiografía tiene que terminar como todos mis otros textos.
23.2.06
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1 comentario:
saludos y boitas palabras..
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